Colorida, tradicional y especial. La cerámica vidriada se ha ganado un espacio en el corazón de los amantes de las artesanías panameñas. Una de las razones es el atractivo de sus acabados y por su elegancia, es motivo de orgullo contar con sus piezas coleccionables en el hogar.
Baltazar Calderón, de 65 años de edad, lleva 45 dedicado a su producción siempre en La Arena de Chitré. Su larga trayectoria le ha permitido disfrutar de sus buenos tiempos, de la época de oro, pero también vivir la crisis, los tiempos malos y del presente, cuando la actividad comienza a mejorar.
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Calderón ha mantenido con mucho esfuerzo a su familia, al igual que varios artesanos del área, produciendo estos productos. Sin embargo, cada vez menos artesanos se dedican al vidriado. Han ido abandonado la actividad talentos como “Papito” Calderón, taller Murillo y Marcelino González.
La cerámica vidriada pasa por varias fases. Se elabora como una cerámica común, se quema al calor de la leña, luego se pinta a mano y después entra al proceso de vidriado, que le da su acabado característico.
Los diseños buscan representar la esencia de lo panameño, son figuras precolombinas y coloniales. Baltazar Calderón es parte del grupo Artesanos de Panamá.
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Uno de los secretos es la técnica, la aplicación y el tipo de pintura. No es una pintura común, no es pintura de casa, de carro.
Es un producto muy particular resistente a las altas temperaturas. A las cerámicas se les da un baño con esmalte.
“En estos momentos estamos pasando trabajo porque hay una escasez de esa materia prima, que viene de Estados Unidos y de México. Estamos sufriendo cuatro meses de ese problema y hemos perdido clientes”, explica Calderón, quien dijo que espera que pronto haya una solución.
La mejor época de la cerámica vidriada fue cuando estaban en apogeo grandes almacenes panameños como Gago, Machetazo y Gran Morrison, cuando había mucho volumen de ventas.
Ahora, en esta época, se vende cuando los clientes visitan La Arena o se impulsa con una estrategia digital en conjunto con otros artesanos a través de las redes sociales.
Sus principales clientes son restaurantes y negocios similares que lo piden para servir la comida de una forma muy panameña.
“En la actualidad no hay apoyo para ayudarnos a conseguir la materia prima”, asegura Calderón.
A veces de los infortunios surgen las oportunidades. El artesano cuenta que trabajaba en una fábrica de azulejos, pero por una operación no pudo seguir trabajando allí por el peso.
Entonces pasó por la sede de una cooperativa de alfarería que existía antes en La Arena, creada por la maestra Diana Julia Chiari. Ella trajo de México las avanzadas técnicas de las cerámicas de ese país. Con su liderazgo logró mejorar los procesos, los hornos, los tornos y las maquinarias.
Calderón comenzó trabajando como peón para amasar barro y preparar arcilla. Al principio no recibió ningún tipo de ingreso, pero lo valioso era acceder a los conocimientos. Con el paso del tiempo y con empeño y esfuerzo, al año estaba elaborando piezas arriba de un torno.
Para completar sus ingresos comenzó a viajar a la capital para vender las cerámicas vidriadas. Uno de los puntos más atractivos era la YMCA en la zona canalera, donde abrió el mercado. Llegó a vender mil dólares en mercancías todos los viernes.
Poco a poco fue adquiriendo sus equipos para independizarse. Aprendió todas las técnicas, incluyendo la técnica de pintura de cerámica con esmalte con unos especialistas franceses.
Con sus conocimientos y experiencia, logró participar en eventos y ferias como en Atlapa. Logró sacar adelante a su familia compuesta por seis hijos, mientras la prole sigue creciendo con un total de nueve nietos.
“Antes era muy buena la feria de Atlapa. Primero se hacían en El Dorado y luego se mudaron allá. Podías reunir hasta dos mil dólares. Con el paso del tiempo ha ido bajando por falta de apoyo al artesano y al no hacer un manejo adecuado”, señala Calderón.